La fragilidad

Un recuento, breve y conciso: Tuve cáncer. El año pasado me detectaron un tumor, pasé por quimioterapias y me han dado de «alta», con la consigna de que tengo que estar bajo vigilancia (exámenes de sangre y escaneos) cada cierto tiempo.

No había querido contar esa parte de mi vida más que a un grupo cercano de personas, familia y algunos amigos. Pero mientras más pasa el tiempo me es más fácil contarlo a más personas y eso hace que todo adquiera un carácter de pasado. Es decir, me produce alivio poder contar lo que he pasado.

En todo el tiempo de la enfermedad me la pase alejado de redes sociales porque su continuo ruido no me dejaba concentrarme en lo que estaba viviendo. Así, tuve tiempo de reflexionar qué chingados pasaba. De digerir el golpe emocional que tiene una enfermedad de ese calibre. Aún con los avances de la ciencia médica la palabra cáncer genera respeto y temor. He visto morir a mi madre de otro tipo de cáncer y mi abuelo también falleció de condiciones similares.

Durante mi aislamiento para procesar la enfermedad fui más consiente de mi propia fragilidad. No es que me sintiera inmortal, a final de cuentas los fallecimientos de mis familiares me habían pegado justo en la finitud. Sino que más bien me pegó en lo aparentemente tan temprano que me surgió la enfermedad. Consiente de que algún día he de morir la primera reflexión que me llegó fue ¿Por qué ahora? ¿Por qué no me llegó la enfermedad después? ¿Por qué cuando todavía estoy formando mi familia? Pero para dichas preguntas no hay respuestas. Al menos no que satisfagan. La respuesta que nos da la ciencia médica son referidas a los cómos, a cómo es que que la enfermedad actúa, cómo es que me puedo curar y cómo es que van a actuar los medicamentos. Y eso mis amigos, es devastador. Duele como no tienen idea. Es un desamparo ante la realidad. La ilusión de control de la vida se rompe y te das cuenta de lo volátil que es la salud. De lo efímero del periodo de conciencia que llamamos estar vivo. Me contuve unos días, pero en cuanto pude me solté a llorar.

Es curioso, porque algo similar me ha pasado en los funerales de muchos familiares. Recuerdo a mi abuela paterna, cuando ingreso al hospital unas dos semanas antes de fallecer, me decía «hijo yo no me quiero morir, no he hecho nada malo». Y me dolió por su ruego, por su dolor, por su falta de entendimiento. Y, arrogantemente, pensé que eso pasa cuando no se reflexiona acerca de la propia finitud. Después de dos semanas de luchar y agonizar, falleció una tarde de un miércoles. Luego pasó el funeral, la cremación y las ceremonias. A la semana en la misa de seis de la tarde agregaron su nombre en las oraciones. Pero coincidió con que ese día el padre hablaba acerca de la lucha de Pablo de Tarso con la debilidad de su carne, y citó un pasaje de la segunda carta a los Corintios:

Por eso me complazco en las debilidades, afrentas, necesidades, persecuciones y angustias por la causa de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Y en esa contradicción, en esa paradoja, hallé el camino para conectar con el dolor. Me solté a llorar inconsolablemente. No pude sino quedar prendado de la frase «cuando soy más débil soy más fuerte» porque es la frase de quién se sabe sus límites y a partir de eso gana el alivio, la ligereza, de saber su lugar. O al menos eso pensé. Pasados dos años mi madre falleció y en el duelo que viví posterior al funeral fui a tatuarme el pecho, entre las muchas figuras que agregué se encontraba la referencia a Corintios 2 12-10, porque su contradicción me daba fuerzas. La emparenté con otro símbolo de lo efímero como lo es la victoria y la derrota deportiva, la emparenté con la canción de porra de los Aston Villa, que habla acerca de como un grupo de personas (sus fans) se la pasan haciendo burbujas, hermosas burbujas, que flotan en el aire y casi tocan el cielo, pero al hacerlo se revientan y las burbujas mueren, como los sueños de victoria. Luego los fans cantan:

Fortune is always hidding, I’ve look everywhere, I’m forever blowing bubbles, Pretty bubbles in the air. UNITED!!! UNITED!!! UNITED!!!

En un momento de enfrentar enfermedades una canción así, cantada al unísono por una multitud, suena a un remedio poderoso contra el miedo que hay al enfrentar el dolor, la derrota, la muerte misma.

Luego me emparejaría con mi novia, con mi amor de todos esos años. Y ha sido algo muy bonito, con sus altibajos como cualquier pareja, pero bueno en panorama general. En esos momentos del veinte veinte, cuando la vida se puso en modo hardcore para todos a mí me toco vivir: desempleo, pandemia y cáncer. Fue uno de esos golpes que un guionista pesimista hace para generar más drama. Pero la vida es así, es en su mayoría caótica.

Hace un mes leí «El Problema de los Tres Cuerpos» una de las mejores novelas de ciencia ficción de lo que va del siglo. En una parte un tanto velada se nos muestra un panorama que es una emulación del pasado remoto de la humanidad, cuando no sabíamos interpretar muchas de las señales de la naturaleza y el mundo se sentía una verdadera masacre sin sentido en la que solamente el apoyo mutuo nos podía sacar adelante. Hoy el mundo se siente un poco así, aunque con marcadas diferencias. Hoy tenemos como curar algunos cánceres, como ver a lo lejos como se forman huracanes, como desarrollar vacunas y todo el saber de la humanidad más o menos disponible para quién cuente con una computadora. Y sin embargo cuando te toca mirar de frente el fin de la línea, el camino de la agonía, el sendero de la enfermedad y muerte, del desamparo y pobreza; aún con todo el saber de la humanidad disponible y las medicinas al alcance, no puede uno sino acongojarse ante magna verdad. Es que te lo puedo platicar pero mis palabras apenas y son un mero bosquejo de la realidad misma que nos rebasa.

Aquí es cuando volteas a tus lados y ves a quienes tienes cerca y les comunicas lo que acabas de ver, lo que acabas de sentir. Y es cuando te das cuenta que eso es lo único que quizá puede aliviarte en situaciones así, saberte acompañado, saberte querido. Porque por mucha lucha que hagamos en darle valor a las lágrimas derramadas, cuando llega la hora del desconcierto, de la realidad de múltiples rostros y brazos y ojos, que te ataca por todos lados, no te queda sino estar allí y vivirla, aún cuando nada de lo que habías previsto tenga sentido. En este mundo caótico el tener a tu gente cerca es lo que hace que no nos derrumbemos.

Al fin lo que quería comunicarles es que saberse frágil duele, es inevitable al vivir en el mundo y que la única forma que he encontrado de hacerle frente es saberse acompañado de quienes amas. No estoy inventando nada pero necesitaba desahogarme.


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